Topografía del alma

Isaías 40, 4-5. “Rellenen todas las cañadas, allanen los
cerros y las colinas, conviertan la región quebrada y
montañosa en llanura completamente lisa. Entonces
mostrará el Señor su gloria, y todos los hombres juntos la
verán”.

Así como la topografía de la formación de la tierra,
con sus cordilleras, montañas, serranías y volcanes,
nos hablan del pasado, así mismo el comportamiento
del ser humano habla de su propio pasado. Puesto
que algunos tenemos montañas y volcanes que ya
no tienen actividad en nosotros, también hay otras
montañas y volcanes que sí están en plena actividad:
heridas o rencores que tienen su permanente movimiento
dentro de nosotros y que, por temporadas,
muestran la fumarola de la rabia, la lluvia de ceniza
de la amargura permanente, que todo lo hace gris.
Incluso, muchas veces la erupción con la lava del odio,
la murmuración y la violencia, llevándose todo cuanto
se le atraviesa a su alrededor, quemando, destruyendo
y dejando un olor nauseabundo. Así también
como tenemos encumbradas montañas de la soberbia
y la arrogancia igualmente tenemos los precipicios
del miedo, la tristeza y la desesperanza.

Por ello el Señor nos pide que allanemos con fe la
topografía de nuestra alma para que el Príncipe de la
paz pueda mostrar su gloria en cada uno de nosotros,
haciendo de nuestra vida un paraíso de bendición. Te
invito hoy, a que te levantes con la intención de sanar
tu corazón y morir a todo acto negativo del pasado
que esté produciendo en ti dolor, rabia, deseos de
venganza, pereza, autocastigo, complejo de culpa,
autoestima baja, pereza, lujuria, timidez. Entra en oración,
pidiendo el Espíritu Santo para que te muestre
todo lo que no conviene a tu vida y te ayude a hacer
esfuerzos por allanar todo sentimiento. Solo así, es
como el Señor muestra su gloria permanente en ti.

Lucas 6, 45. “El hombre bueno dice cosas buenas porque
el bien está en su corazón, y el hombre malo dice cosas
malas porque el mal está en su corazón. Pues de lo que
abunda en su corazón habla su boca”.

Dios, Padre de amor:
Tú conoces mi vida desde antes que naciera y sabes
en dónde están las heridas de mi corazón. Conoces
por qué reacciono como reacciono y por qué me comporto
como me comporto. Te pido, en el nombre de
Jesús, que me regales el don del Espíritu Santo para
saber allanar en mi vida todo desnivel y, así, vivir la
alegría de tu santa presencia cada día en mi ser. Te
pido que me ayudes a morir especialmente al volcán
de la soberbia, que a cada instante explota desde mi
interior y no solo me daña a mí, sino además lesiona
incluso a los que más amo.
Amén.

Reflexión tomada del libro Una reflexión para cada ocasión II por Juan Alberto Echeverry


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