Sigue las huellas

Daniel 14,16 El rey se levantó muy temprano y Daniel con
él.
17 El rey le preguntó: «Daniel, ¿están intactos los
sellos?»–«Intactos, oh rey», respondió él.
18 Nada más abierta la puerta, el rey echó una mirada a
la mesa y gritó en alta voz: «¡Grande eres, Bel, y no hay en
ti engaño alguno!»
19 Daniel se echó a reír y, deteniendo al rey para que
no entrara más adentro, le dijo: «Mira, mira al suelo, y
repara de quién son esas huellas.»
20–«Veo huellas de hombres, de mujeres y de niños»,
dijo el rey;
21 y, montando en cólera, mandó detener a los
sacerdotes con sus mujeres y sus hijos. Ellos le
mostraron entonces la puerta secreta por la que
entraban a consumir lo que había sobre la mesa.

Qué tontos somos los hombres cuando nos dejamos
deslumbrar por la belleza, la novedad, la apariencia, la
doctrina cautivadora, las propuestas seductoras, la elocuencia
humana, pero no vamos más allá, al fondo de la
verdad. No miramos el comienzo, ni el final, ni el resultado
de las cosas. Tampoco miramos las huellas que
trajeron el espejismo que nos deslumbra. Estamos tan
ansiosos de resultados mágicos y fáciles en nuestra vida,
que se nos olvida hacer discernimiento profundo de las
realidades presentes, nos dejamos seducir por cualquier
doctrina que nos prometa felicidad fácil, que ampare
nuestro pecado placentero, o que nos prometa soluciones
mágicas y rápidas.

Jesús nos enseñó a discernir, a escoger entre magia y
fe, pero nuestras emociones y nuestra ceguera espiritual,
no nos dejan tener claridad de la verdad de la
vida, de las doctrinas y de los caminos que a veces
aunque pedregosos, ciertamente nos llevan a la completa
felicidad.

Mateo 7,15 «Guardaos de los falsos profetas, que vienen
a vosotros con disfraces de ovejas, pero por dentro son
lobos rapaces.

16 Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas
de los espinos o higos de los abrojos?

Dios, Padre de amor:
En este nuevo día colocamos en tu santa presencia
nuestra vida, nuestro entendimiento, nuestras emociones
y nuestras pasiones, para que en el nombre
de nuestro Señor Jesucristo, nos regales el don de la
humildad, la sabiduría, la paciencia y el discernimiento,
para saber escoger qué es lo que le conviene a nuestra
espiritualidad y a nuestra vida, a fin de que no nos
dejemos arrastrar por cualquier viento de doctrina.
Amén.

Reflexión tomada del libro Una reflexión para cada ocasión III por Juan Alberto Echeverry


Dejar un comentario

Por favor tenga en cuenta que los comentarios deben ser aprobados antes de ser publicados