Pasa tu desierto

Oseas 2, 14. (16) “Yo la voy a enamorar: la llevaré al
desierto y le hablaré al corazón. Luego le devolveré
sus viñas, y convertiré el valle de Acor en puerta de
esperanza para ella. Allí me responderá como en su
juventud, como en el día en que salió de Egipto. Entonces
me llamará ‘Marido mío’, en vez de llamarme ‘Baal mío’.
Yo, el Señor, lo afirmo”.


En el momento de la aflicción es cuando más fértil está
nuestro corazón para recibir el amor de Dios. En medio
de los problemas, Él se compadece y nos muestra su
acompañamiento y su misericordia. Podemos maldecir
en medio del desierto, quejarnos a cada minuto y
renegar de nuestra situación o atravesarlo con humildad,
paciencia y esperanza. Podemos ver con los ojos
de la fe, cada dádiva y cada señal que Él nos coloca en
el desierto para que podamos comprender y apreciar
su amor; o con gritos, desprecio, arrogancia y amargura,
podemos ahogar su voz que nos invita a confiar
y llegar a feliz término.


Jeremías 31, 2. “El Señor dice: En el desierto me mostré
bondadoso con el pueblo que escapó de la muerte.
Cuando Israel buscaba un lugar de descanso, yo me
aparecí a él de lejos. Yo te he amado con amor eterno;
por eso te sigo tratando con bondad. Te reconstruiré,
Israel. De nuevo vendrás con panderetas a bailar
alegremente”.


Vale la pena que atravieses el desierto de tu vida con
fortaleza, confianza, humildad y fe. Porque las promesas
del Señor se cumplen sobre quienes son pacientes
y perseverantes en medio del frío, el calor, la aridez y
la dureza del desierto; así, las cosas cambiarán para
convertir tu vida en un verdadero vergel.
Isaías 32, 15. “Pero el poder creador del Señor
vendrá de nuevo sobre nosotros, y el desierto se
convertirá en tierra de cultivo y la tierra
de cultivo será mucho más fértil”.


Dios, Padre de amor:
Te damos gracias por los desiertos que permites en
nuestra vida y por hablarnos en medio de ellos. Te
pedimos, en el nombre de Jesús, que destapes nuestros
ojos y oídos espirituales para escuchar tu voz y
mirar tu rostro en medio de las dificultades de la vida.
Ayúdanos a enamorarnos de ti, en medio del desierto
y la soledad. Si nuestro corazón se ha endurecido o
se encuentra árido y reseco por el pecado, te pedimos
que lo riegues con el agua de tu misericordia y tu
Santo Espíritu para que produzca los mejores frutos
para ti y para nuestro gozo eterno.
Amén.

Reflexión tomada del libro Una reflexión para cada ocasión II por Juan Alberto Echeverry


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