Los secretos se revelan

Lucas 8, 9-10. “Los discípulos le preguntaron a Jesús qué
quería decir aquella parábola. Les dijo: ‘A ustedes Dios
les da a conocer los secretos de su reino; pero a los otros
les hablo por medio de parábolas, para que por más que
miren no vean, y por más que oigan no entiendan’”.

Para ganarse el entendimiento de todo lo relacionado
con el reino de los cielos, es necesario volverse como
un niño, hacerse humilde y pequeño, anhelando de
corazón, recibir de Dios el conocimiento divino. Jesús
tiene el don de hacerte conocer aquello que no entiendas;
se preocupa porque sus discípulos entiendan su
doctrina y se capaciten para el reino de los cielos.

En cambio, a los soberbios, a los de corazón desconfiado,
que buscan el error en su doctrina o quieren
tener el conocimiento para ostentar y ser presuntuosos,
les habla en un idioma más complejo, difícil de
digerir y entender. No hay peor muro que nos separe
del entendimiento de las cosas de Dios que la soberbia
y la arrogancia.

Lucas 10, 21. “En aquel momento, Jesús, lleno de alegría
por el Espíritu Santo, dijo: ‘Te alabo, Padre, Señor del
cielo y de la tierra, porque has mostrado a los sencillos
las cosas que escondiste de los sabios y entendidos. Sí,
Padre, porque así lo has querido’”.

Confía de todo corazón en que Dios tiene un plan
maravilloso de salvación para tu vida. Pregunta a Dios
en medio de tus problemas y acontecimientos: “¿Para
qué está sucediendo esto?”, pero no preguntes ¿Por
qué a mí?, pues ello es un signo de desconfianza en la
providencia. En cambio el “para qué” es un signo del
anhelo de conocer el propósito divino; es aceptar la
voluntad de Dios, y a la vez, anhelar conocer ese bien
mayor que hay detrás de cada circunstancia. Humilde
es el que tiene los oídos sincronizados hacia las cosas
de Dios para recibir, entender y cumplir su voluntad
en todo.

Volvámonos pequeños, humildes y pacientes para
que Dios nos explique en detalle su perfecta voluntad;
Él lo hará por medio de acontecimientos, personas o
inspiraciones que te producirán paz y regocijo.

Dios, Padre de amor:
Una vez más te saludamos en este día, postrando
nuestro corazón. Te pedimos perdón por nuestra
soberbia y arrogancia en nuestros comportamientos.
Te pedimos, en el nombre de Jesús, que nos regales un
corazón sincero, sencillo y humilde para entender tu
doctrina. Un corazón libre de desconfianza y prejuicio
para saber que todo lo que proviene de ti es perfecto
y bueno, aunque de momento no lo entendamos. Hoy
clamamos la luz de tu santo espíritu para entender el
plan que tienes para nuestra vida.
Amén.

Reflexión tomada del libro Una reflexión para cada ocasión II por Juan Alberto Echeverry

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