El que no quiere creer

Lucas 16,30 El rico contestó: ‘Padre Abraham, eso no
basta; pero si un muerto resucita y se les aparece, ellos
se convertirán.’

31 Pero Abraham le dijo: ‘Si no quieren hacer caso a
Moisés y a los profetas, tampoco creerán aunque algún
muerto resucite.’ ”

El que no quiere creer, ni que un muerto le resucite les
mueve a creer. A veces nos desgastamos intentando
hacer que otros crean en lo que nosotros creemos
y experimentamos, pero sus corazones están tan
cerrados y endurecidos que parece infructuoso todo
esfuerzo que hagamos.

Pero ¿por qué no quieren creer?

Muchas veces, es porque no han visto testimonios
creíbles en las personas que les rodean y profesan una
fe; predican una cosa, pero hacen otra. Otras veces,
porque tienen una herida en su interior que les hace
encerrarse en su resentimiento, resistiéndose a creer.
Otras veces porque han engendrado un orgullo y una
soberbia que les impide acceder al camino de la fe,
pues lo consideran una debilidad. Otras veces porque
están terriblemente atados a vicios y pecados que les
cuesta trabajo pensar siquiera en dejarlos. Otras veces
porque el conocimiento y la razón de este mundo les
ha oscurecido el entendimiento. O simplemente por
falta de verdadero conocimiento, porque nadie les
enseñó la fe; o no se han sentado a meditar en las
cosas verdaderamente trascendentes de la vida. Pero
en últimas, el que no quiere creer, ni que le resucita un
muerto cree.

Sin embargo, debemos seguir haciendo nuestro mejor
trabajo para propagar la fe, dando testimonio de vida
y anunciando con equilibrio, conocimiento y valentía
el mensaje, sintiéndonos orgullosos de llevar una verdad
en nuestro interior que nos hace libres y felices.

2 Timoteo 4,1 Delante de Dios y de Cristo Jesús, que
vendrá glorioso como Rey a juzgar a los vivos y a los
muertos, te encargo mucho
2 que prediques el mensaje, y que insistas cuando sea
oportuno y aun cuando no lo sea. Convence, reprende y
anima, enseñando con toda paciencia.
3 Porque va a llegar el tiempo en que la gente no
soportará la sana enseñanza; más bien, según sus
propios caprichos, se buscarán un montón de maestros
que solo les enseñen lo que ellos quieran oír.
4 Darán la espalda a la verdad y harán caso a toda clase
de cuentos.
5 Pero tú conserva siempre el buen juicio, soporta los
sufrimientos, dedícate a anunciar el evangelio, cumple
bien con tu trabajo.

Dios Padre de amor: En tus benditas manos está nuestra
vida y nuestro trabajo espiritual. Tú nos envías,
pero eres tú quien hace fecundo nuestro trabajo y
nuestras palabras. Te pedimos en el nombre de Jesús
que nos des perseverancia, valentía, claridad, sabiduría
y testimonio de vida, para predicar con más fuerza
tu bendita palabra de vida.
Amén.

Reflexión tomada del libro Una reflexión para cada ocasión III por Juan Alberto Echeverry


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