Dios quiere escucharte y ver tu rostro

Cantares 2, 14. “Paloma mía, que te escondes
en las rocas, en altos y escabrosos escondites,
déjame ver tu rostro déjame escuchar tu voz. ¡Es tan
agradable el verte! ¡Es tan dulce el escucharte!”.

¿Con cuánto anhelo y dulzura le habla Dios al alma
para llenarse de gozo con su beneplácito, presencia
y amor?

¿Cuánta sed tiene Dios del verdadero rostro de tu
alma y cuánto anhelo de escuchar la sinceridad de tu
voz cada día?

Pero muchas veces nos escondemos en las rocas de
la soberbia, el odio, el resentimiento, el egoísmo, la
vanidad y nos ponemos máscaras que nos impiden
mostrar nuestro verdadero rostro a Dios. Otras veces
nos metemos en escabrosos escondites de nueva era
y filosofías humanas que contaminan nuestra vida y la
ponen en peligro mortal. Pero Dios cada día te llama,
porque anhela escuchar tu voz en oración y deleitarse
con tus cariños y alabanzas. Sal de tu caparazón, de tu
egocentrismo, de tu silencio, de tu miedo y atrévete a
hablarle con fe, transparencia y ternura.

Salmo 50, 15. “Llámame cuando estés angustiado;
yo te libraré, y tú me honrarás”.

Jeremías 33, 3. “Llámame y te responderé, y te anunciaré
cosas grandes y misteriosas que tú ignoras”.

No dejes que tu voz se esconda detrás de los anhelos
mundanos y el lamento; no permitas que se esconda
entre peticiones mundanas; más bien, atrévete a mostrarte
tal y como eres delante de Dios, pues Él ama al
corazón sincero, sencillo y humilde que clama anhelando
su voluntad. Él ama al corazón que cada día
se despierta del letargo de su egoísmo y se muestra
necesitado de Él.

Dios, Padre de amor:
Aquí estamos, una vez más, delante de tu presencia.
Queremos que veas nuestro rostro, aunque, ¿Quiénes
somos nosotros para que nos ames y nos busques
con tanto arrojo? De todas maneras, aquí estamos
para Ti, con debilidades y flaquezas, con el pasado
y los proyectos por venir para que, en el nombre de
Jesús, se cumpla en nosotros tu santa voluntad. Te
pedimos también por todos aquellos que aún permanecen
escondidos en sitios escabrosos y en altas
rocas de soberbia para que tengas misericordia todos
nosotros.
Amén.

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Reflexión tomada del libro Una reflexión para cada ocasión II por Juan Alberto Echeverry


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